Nadie me había dicho que la enfermedad de Parkinson me provocaría vértigo, haría menguar mi voz, me causaría dificultades para escribir y me arrebataría el sentido del olfato. Nadie me había dicho que se podía contraer Parkinson siendo aún joven – yo tenía 42 años. Nadie me había dicho que el parkinsonismo me haría llorar al ver caer mi sombrero o cómo afectaría a mi familia. Nadie me había dicho la falta de tacto que podían mostrar las personas, pero también lo amables y comprensivas que podían llegar a ser. Nadie me había dicho lo rica y apasionante que puede llegar a ser la vida después de que te diagnostiquen la enfermedad de Parkinson.
Leer la historia de Sheila.